Introducción
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tres cuartas partes de las muertes prematuras que se produzcan en el mundo en el año 2020 estarán causadas por enfermedades crónicas tales como trastornos cardiovasculares, principalmente hipertensión arterial, diabetes y diferentes tipos de cáncer.
La dieta, que tiene un papel fundamental como factor de riesgo en dichas enfermedades, también puede tenerlo en su prevención.
Así, en las sociedades industrializadas existe una demanda creciente de alimentos funcionales que, manteniendo los atributos sensoriales de los tradicionales, proporcionan beneficios para la salud de los consumidores (Toral et al. 2009).
Existe un reconocimiento general de que ciertos alimentos ejercen una acción preventiva frente a la aparición de ciertas enfermedades del ser humano y la investigación se orienta actualmente hacia una “obtención natural” de dichos alimentos (Gagliostro, 2007)
Por lo tanto se hacen cada vez más presentes en el mercado actual, alimentos que incluyen ó contienen en su composición cantidades superiores a lo normal, de sustancias a las que se les atribuye la capacidad de producir efectos benéficos en la salud, incluyendo la prevención de determinadas enfermedades.
A estos productos se los denomina funcionales, nutraceúticos, alicamentos o farmalimentos, siendo los términos nutracéuticos o funcionales los más utilizados. Dichos productos surgieron por primera vez en Japón, luego pasaron a EEUU y más tarde a Europa, teniendo actualmente una distribución en muchos países del mundo principalmente industrializados.
Una de las áreas de investigación más importante dentro del mundo de los alimentos funcionales es la relacionada con la leche y sus derivados.
La grasa de la leche es posiblemente, la más compleja de las grasas comestibles, ya que se han detectado en ella cerca de 400 ácidos grasos diferentes (Rico et al. 2007).
Se destaca entre estos ácidos grasos por sus potenciales efectos beneficiosos para la salud humana el acido linoleico conjugado (CLA) (acrónimo de “Conjugated linoleic acid” en inglés) que describe una mezcla de diversos isómeros geométricos y posicionales del ácido linoleico.
Sin bien la presencia del CLA en la leche fue descrita hace décadas, recién a partir de los años 80 centró su atención en el mundo científíco, a raíz del descubrimiento de su potencial acción anticancerígena (NRC, 1996).
Con el tiempo se le han ido atribuyendo otros efectos beneficiosos para la salud humana como su actividad antiarteriosclerótica, antidiabética y de potenciación del sistema inmune.
Dado que los productos lácteos son la principal fuente de CLA en la dieta humana, el interés por aumentar su contenido en la grasa de la leche esta claramente justificado (Toral et al. 2009).
El CLA es el término usado para describir uno o más isómeros posicionales y geométricos del ácido linoleico (cis-9, cis-12, ácido octadecadienoico) conteniendo dobles ligaduras conjugadas.
Tales ligaduras generalmente se encuentran en las posiciones 9 y 11, o 10 y 12, pudiendo ser de configuración cis o trans.
Tiene su origen en una combinación de isómeros del ácido linoleico (C18:2) con dobles ligaduras en diferentes posiciones y además de variaciones geométricas de tipo cis o trans.
La forma biológicamente activa del CLA estaría representada por el isomero cis-9, trans-11 CLA (llamado también ácido ruménico) el cual representa entre el 75 al 85 % del total de CLA en la leche.
La leche de búfala contiene también ácidos grasos poliinsaturados de la serie omega-3, con potente acción anticancerígena, antinflamatoria, antitrombóticas y antiateromatosas debido a sus efectos hipocolesterolémicos.
Debido a las propiedades benéficas del CLA y de los ácidos grasos omega-3 para la salud humana, resulta imprescindible orientar las investigaciones a fin de producir mediante suplementaciones estratégicas, leche de búfala con altas concentraciones de estos ácidos grasos. De esta forma obtener leche natural de búfala con alto CLA y omega-3 con alto impacto sobre la salud humana.
Beneficios de la grasa láctea sobre la salud humana.
Estudios experimentales con animales de laboratorio y epidemiológicos en seres humanos, han demostrado que la grasa de la leche contiene diversos componentes con propiedades favorables sobre la salud humana. Entre los que se mencionan principalmente al CLA, a los ácidos grasos omega-3, al ácido butírico y a la esfingomielina (Parodi 1996).
Los mismos actúan disminuyendo el colesterol, la formación de trombos y de ateromas, así como inhibiendo el desarrollo del cáncer en diversos órganos, y como moduladores del sistema inmunológico entre otros efectos, evidenciados principalmente en estudios experimentales con animales de laboratorio y en cultivos celulares.
Las investigaciones en humanos sobre estos efectos benéficos del consumo de la leche y/o los derivados lácteos son escasas.
Existen resultados muy controversiales, tanto a favor como en contra de los efectos benéficos para la salud humana respecto al consumo de leche.
En este sentido, Knekt et al., (1996) en un estudio epidemiológico de 25 años de seguimiento, encontró que la mayor incidencia de cáncer de mama estaba en relación inversa al consumo de leche.
En una revisión realizada en varios países Meera (1998) no encontró asociación entre la ingestión de leche y el cáncer de mama, de pulmones, de ovario, de páncreas y de vejiga. Por otra parte existen investigaciones también en seres humanos que sugieren una asociación positiva entre la ingestión de leche y varios tipos de cáncer (Ewertz y Gill, 1990; Mettlin et al., 1990).
Por otra parte y pese a los altos porcentajes de ácidos grasos saturados de la leche, no hay evidencia convincente que demuestre que el consumo de leche y productos lácteos aumente el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Los estudios epidemiológicos han sido inconsistentes y no han podido demostrar que el consumo de leche y sus derivados sea un factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares (German et al., 2009).
Por el contrario, una revisión de las evidencias epidemiológicas demuestran una reducción del riesgo a sufrir isquemia del miocardio, accidente cerebrovascular, síndrome metabólico (conjunción en un mismo individuo de hiperglucemia, dislipidemia, hipertensión arterial y obesidad central), diabetes tipo 2, cáncer de colon y una mayor sobrevivencia en personas con alto consumo de productos lácteos en relación con personas que consumen poco lácteos (Elwood et al., 2008; Elwood et al., 2010). Los noruegos sugieren que el consumo de leche y sus derivados protegen a las personas con alto riesgo cardiovascular de tener infarto de miocardio (Haug et al., 2007). También se demostró que el consumo de leche entera no tiene ningún efecto negativo en el perfil lipídico sanguíneo de personas saludables (Tricon et al., 2006).
Debido fundamentalmente a las escasas investigaciones en seres humanos y a la dificultad de realizar sobre poblaciones de diferentes países y regiones dentro de un mismo país con hábitos alimenticios propios, tiempos variables de ingestión a lo largo de la vida, entre otros aspectos, es que se utilizan modelos biológicos experimentales con diferentes animales de laboratorio.
Bibliografía
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