El desarrollo global de la economía de los últimos ciento cincuenta años, tuvo
como uno de sus pilares, al petróleo, recurso que a la fecha fue agotado en más
de la mitad y que tendrá elevados costos de extracción sobre una buena parte
de sus reservas remanentes. Estudios geológicos muy serios calculan una
declinación inexorable de la producción de petróleo hacia el año 2020.
Sincrónicamente hemos incrementado las emisiones de gases efecto invernadero,
generándose así una situación muy inestable en materia de aprovisionamiento futuro de
energía y calentamiento global de la atmósfera.
Desde lejano tiempo se registró en el mundo un creciente grado de correlación entre
poder económico y fácil acceso a las fuentes de aprovisionamiento de los recursos
energéticos. Un indicador mundialmente aceptado para medir el grado de desarrollo de
un país, está vinculado con el nivel de su consumo de energía.
En la era del conocimiento, una de las grandes preocupaciones de los científicos y
técnicos más encumbrados, pasa por encontrar fuentes alternativas de energías, de fácil
acceso y generadoras de productos económicamente competitivos, a partir del desarrollo
de tecnologías de avanzada, amigables con el ambiente.
Una gran cantidad de conflictos acontecidos durante el siglo XX y el recién iniciado,
tuvo directa relación con el petróleo -principal bien energético contemporáneo-, hecho
que evidencia la importancia estratégica del mismo.
Es lógico pensar entonces que las hipótesis de próximos conflictos bélicos serán el
acceso al agua potable, a los recursos energéticos eficientes y a grandes espacios de
tierra fértil, en este último caso, debido a la creciente degradación de los suelos.
Considerando las ventajas comparativas que tiene nuestro país con relación a dichos
recursos, el desarrollo de un plan estratégico de largo plazo para proteger los mismos,
debe constituir un tema prioritario de la agenda del Estado Argentino, congruente con la
defensa de su Soberanía.
Las evidencias acerca de la necesidad de cambiar el viejo paradigma energético que
rige al mundo son contundentes. La volatilidad de los mercados energéticos mundiales
pueden arrastrar a las economías de los países emergentes –salvo excepciones- al
colapso; y a nivel local, la reciente crisis energética nos ha hecho tomar conciencia del
significado de la escasez de energía. Allí surge la cuestión de los biocombustibles.
Los biocombustibles y el nuevo paradigma energético
Estos ocupan un lugar relevante dentro de las energías limpias de transición. Los
principales son el biodiesel, el bioetanol y el biogás, producidos a partir de materias
primas agrícolas, agroindustriales o biomasa en general; constituyen una alternativa de
producción sustentable a mediano y largo plazo.
El biodiesel es un combustible renovable producido a partir de la transesterificación de
aceites vegetales o grasas animales, en presencia de un catalizador. A modo de ejemplo,
la regla de conversión es de 1,03 toneladas de aceite vegetal crudo por cada tonelada de
biodiesel, quedando glicerol y ácidos grasos como subproductos.
El bioetanol es un combustible renovable sucedáneo de la nafta, producido a partir de la
fermentación y posterior destilación de azúcar de caña o remolacha, cereales
(previamente sacarificados) o de materias primas lignocelulósicas. La regla de conversión
es de 20 tons. de caña de azúcar, por cada tn. de alcohol anhidro (quedando bagazo
aprovechable en la cogeneración de energía eléctrica o para producir más bioetanol y
CO2 como subproductos), o bien, 3,5 toneladas de cereales por cada tn. de alcohol
(quedando granos y solubles secos destilados –DDGS- y CO2 como subproductos).
El biogas es un combustible renovable sucedáneo del gas natural, producido
principalmente a partir de la descomposición de materia orgánica en un digestor, por la
acción de bacterias, en ausencia de oxígeno. Está compuesto por metano –
principalmente-, dióxido de carbono y otros gases, y tiene menor poder calórico,
comparado con las 9.300 calorías del gas natural.
Los países más importantes de la tierra han implementado y están perfeccionando
políticas activas en materia de biocombustibles para enfrentar el nuevo paradigma
energético.
La conciencia ambiental es muy fuerte en la mayoría de esos países y día a día crecen
las exigencias en materia de calidad del aire, por lo que el desarrollo sustentable de
energías limpias tiene un lugar privilegiado en la agenda política.
Los biocombustibles son considerados amigos del ambiente. Si bien cuando
combustionan, generan emisiones de distintos gases, por un lado, provienen de fuentes
renovables; las plantas productoras de materias primas energéticas, participaron
previamente del proceso de fotosíntesis, capturando dióxido de carbono de la atmósfera,
elemento que luego es liberado por los biocombustibles en la combustión. Por otro lado,
el nivel bruto de esas emisiones es muy inferior al de las generadas por los combustibles
de origen fósil.
En definitiva, el balance global es altamente positivo para los biocombustibles (a razón
de 2,5 toneladas de CO2 equivalente por cada tonelada de combustible fósil
reemplazado, como mínimo) y esto da un sustento contundente a la promoción del corte
obligatorio de ellos en mezcla con los combustibles fósiles (como fue establecido en
Argentina por la ley N° 26093, recientemente sancionada y todavía no reglamentada), al
elevar sensiblemente la calidad de estos.
El Protocolo de Kyoto había sido firmado en 1997, con el objetivo de lograr reducir las
emisiones de gases efecto invernadero en el período 2008-2012, un 5,2 % con relación a
los niveles de 1990. Después de fuertes negociaciones, entró en vigencia el 16 de febrero
de 2005, luego de la ratificación de Rusia y al superarse el mínimo de cincuenta y cinco
países que representaran conjuntamente el cincuenta y cinco por ciento de las emisiones.
Pasa a ser un tratado internacional, al que nuestro País adhirió por ley del año 2000.
Entre los mecanismos para mitigar el efecto invernadero, se establece el denominado
Mecanismo de Desarrollo Limpio, del que puede participar nuestro país, a través de la
calificación de proyectos que contribuyan a reducir emisiones y entre los productos aptos
a tal fin, se encuentran los biocombustibles. Sin embargo, todavía no fue aprobada una
metodología de cuantificación de las reducciones de emisiones para los mismos, en el
seno de la Junta Ejecutiva del MDL, en el seno de las Naciones Unidas, hecho que ha
demorado la multiplicación de proyectos de este tipo.
En comparación con el hidrógeno, los biocombustibles tienen una enorme oportunidad
de desarrollo dentro de las dos próximas décadas, ya que el primero está condicionado
por el costo de su tecnología de producción, su costo de fabricación y balance energético,
por cuestiones logísticas y de seguridad, y por el enorme costo de conversión del parque
automotor, problemas todos de improbable resolución en términos económicos durante
ese lapso de tiempo.
Sin embargo, sin incentivos fiscales no es posible construir una oferta permanente de
biocombustibles que se ajusten a un estándar de calidad óptimo.
Algunos planteos irracionales sostienen que no se justifica «quemar» alimentos vía su
transformación en biocombustibles, frente a la desnutrición registrada en millones de
personas. Otros planteos también irracionales, sostienen que para el caso específico de
nuestro país, al ser líder mundial en la producción y exportación de alimentos per cápita,
debe privilegiarse esta operatoria, porque representa un negocio más atractivo en el
corto plazo que el de los biocombustibles.
En este sentido, las materias primas agrícolas son una fuente importantísima de
energía y presentan un balance muy favorable entre los requerimientos energéticos de
su proceso de producción y la cantidad de energía suministrada por aquéllas.
La posibilidad de agregar un nuevo uso de ellas más allá del tradicional uso alimentario,
coadyuva a la expansión de la frontera de producción y representa un incentivo para el
desarrollo de nuevas tecnologías que favorecen el incremento de la productividad y
consecuentemente, de la oferta de alimentos.
Por otro lado, la participación de mercado interno proyectada para los biocombustibles
será muy baja, evitando así eventuales efectos colaterales negativos.
No hay que desconocer tampoco que en su producción se generan muy importantes
cantidades de subproductos, especialmente aprovechables en la ganadería, con la
consecuente mejora de la ecuación económica de esta actividad y su efecto positivo
sobre la oferta de alimentos.
En definitiva, se produce «un efecto riqueza» sobre el sector agrícola, pecuario y
agroindustrial, que favorece la calidad de vida global y potencia la oferta de alimentos.
No hay que olvidar tampoco la importancia de contar con nuevas alternativas
energéticas, las que pueden atemperar situaciones de crisis de oferta como las vividas
poco tiempo atrás, y contribuirán a evitar la disminución de la actividad de todos los
sectores de la economía y por ende, de las industrias de alimentos en particular.
De esta forma, queda demostrado que los planteos de los detractores antes referidos,
son erróneos.
Más allá de coyunturas de precios relativos favorables para los biocombustibles –que
eventualmente puedan registrarse a lo largo del tiempo- debe constituir una premisa
básica la protección del ambiente -derecho inalienable de los individuos y uno de los
objetivos primordiales de toda gestión pública-; a partir de esa premisa, las políticas de
desarrollo de energías alternativas limpias representan un medio insustituible de
contribución para el logro de ese objetivo.