A principios del Siglo XX para producir una tonelada de trigo, eran necesarias no menos de 200 horas de trabajo de un hombre, hoy debe estar llegando a las 3 horas y media o quizás menos.
Esta dramática reducción expulsó muchísima gente de las actividades rurales, durante la segunda mitad del siglo pasado.
Hoy vemos pueblos “fantasmas”, con sus estaciones de ferrocarril abandonadas y dos o tres casitas, un almacén, alguno que otro taller mecánico de máquinas agrícolas, que languidecen al costado del camino real que corre al costado de la vía (hoy también desactivada). La corta y trilla y el acopio a granel fueron los dos grandes avances del momento.
La gente que el agro dejó vacante a la mitad del siglo pasado, fue recibida por las grandes ciudades y absorbidas por las industrias que por aquel entonces se desarrollaron al amparo de algunas políticas proteccionistas. Si bien dio lugar a la aparición de las eufemísticamente llamadas villas de emergencia, se manifestó un desarrollo que aunque inorgánico y desordenado y proveyó una cierta prosperidad. Podríamos caracterizar esa época, como la de la siambretta y el wincofón.
Últimamente el fenómeno de expulsión de mano de obra, que en el medio rural comenzó fuertemente a fines de la primera mitad del siglo pasado; se extendió a la industria, con la robótica, la maquinaria computarizada, control numérico, etc.. Lo mismo sucedió con los empleos de carácter administrativo.
La historia nos enseña, que el uso de la tecnología nunca retrocede, podrá durante un tiempo, disminuir el ritmo de los avances, pero detenerse, jamás.
Si el desarrollo tecnológico no se ha de detener, si la destrucción de puestos de trabajo, tampoco: ¿cómo resolveremos esta verdadera entelequia? Si la gente no tendrá trabajo,¿como ganará su sustento? De última, si no posee ingresos ¿cómo va a adquirir aquellos productos que tan eficientemente es capaz de producir la industria?, que para peor en gran parte es china. La siambretta y el wincofón, fueron reemplazados por las 110 cc. y los mini componentes, aquellos se producían en nuestro país y estos otros en China.
Ante este hecho: ¿es sano entonces, darles a aquellos que no son necesarios en el esquema productivo, unos pesos, para que se vayan a casa a ver la tele y no molesten?
Y pregunto: ¿guarda esto alguna diferencia sustancial con aquel productor, o por el momento, ex productor, que alquiló su tierra a un pool y se fue al club a jugar al tute?
Recuerdo que cuando yo cursaba las materias de economía (en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires) se nos “machacaba”con una insistencia obsesiva que uno de los males de La Argentina era el minifundio, que se debía propender a la reconcentración de la propiedad de la tierra para alcanzar lo que se llamaba la unidad económica mínima.
Partiendo de allí se podrían aplicar técnicas agronómicas más modernas y aumentar así la producción. De alguna manera se nos aleccionaba para ir en pos de las “economías de escala”, era una tremenda mentira que no se podían aplicar tecnologías para transformar esas unidades familiares en rentables; si hubiese sido así, como nos adoctrinaban, los europeos y los asiáticos habrían desaparecido.
¡Éramos tan jóvenes, tan incautos!
Por supuesto que se podían transformar en rentables, pero ¿para quién?
Si a la propuesta le hubiésemos cambiado el objetivo. Si en lugar de maximizar la producción de cereales y oleaginosas, hubiéramos propendido al desarrollo económico, social y cultural de esa población..., posiblemente, de ser así, no se hubiesen poblado los cinturones urbanos de villas miserias.
Nadie en su sano juicio pone en duda que a mayor escala se logran bajar costos y aumentar las eficiencias en cualquier actividad que se trate. La pregunta que sobreviene es: ¿Qué hacemos con la gente que sobra?
Como ejercicio o tarea para el hogar, sin ánimo de poner nervioso a nadie, tomemos el ejemplar de esta revista o el del mes de setiembre y hagamos el listado de anunciantes (son los que sustentan esta publicación, medio de comunicación para el desarrollo social de toda una comunidad). Imaginemos que la concentración económica en el medio rural continúa a este ritmo. Los grandes pooles hacen sus compras en forma directa, sin pasar por los distribuidores autorizados, hasta la maquinaria o los camiones los compran como flotilleros. Para atender un feedlot de 10000 cabezas hace falta 1 veterinario igual que solo para 1000. Las vacunas inyectables, fármacos, etc. se comprarán a grandes mayoristas, cuando no al laboratorio directamente. Los pequeños molinos de alimentos balanceados locales, correrán, de ser así, la misma suerte o simplemente se convertirán en fazoneros.
Un amigo de 9 de julio, Juan Carlos Lorenzo (Cereales 9 de julio S.A.), me contaba la vez pasada, que en un viaje que hizo a los EEUU, en un vuelo nocturno sobre la zona agrícola de Illinois, se veía como estaba tachonado de las lucecitas de las chacras (farmers). Acá, en nuestro país, aun en la zona que hoy se denomina núcleo, se ven grandes áreas oscuras al volarlas durante la noche.
No creo estar contando nada nuevo, vemos escuelitas rurales cerradas, por todos lados y no es por falta de maestros sino de alumnos.
No todas las lucecitas que desaparecieron son de gente que se vino a Trenque Lauquen. Los que se fueron a alguna gran ciudad, ya no serán consumidores potenciales de las alpargatas “la yerra”, no serán consumidores de telefonía e Internet de la Cooperativa, no renovarán muebles en la fábrica Dyprom y no irán a comprar a la Ferretería Argentina ni cueritos para las canillas (los nombres que elegí son absolutamente al azar y a modo de ejemplo, pido disculpas a todos los que no salieron sorteados, quizás en el próximo número, sigan participando).
Más allá de toda broma, me da la sensación que es para preocuparse.
No pequemos de inocentes, no pensemos que a nosotros no nos va a tocar, quizás no, pero sí a algún pariente o amigo. Más allá de esto, en que se han de ocupar nuestros hijos y nuestros nietos. ¿Porqué, desde el vamos, los condenaremos a emigrar, de pueblo, de comunidad y talvez de país, obligados por circunstancias adversas que nosotros debimos advertir a tiempo, que se estaban gestando?
Las concentraciones de poder económico son indeseables para cualquier democracia, así lo advirtió, por ejemplo, el congreso norteamericano, creando la ley antitrust.
Cuando a fines de la década del 20 del siglo pasado, el grupo Rockefeller al controlar los ferrocarriles que unían Chicago con el Este, impuso precios abusivos a los fletes de la carne enfriada desde esa ciudad hacia Nueva York, Boston, Washington, etc.; de a poco fue asfixiando a los frigoríficos, hasta que obligados tuvieron que vender al grupo sus activos. Una vez en poder de los frigoríficos y de los fletes, la carne en el Este tenía el precio que a “Don Roque” se le ocurría. Fue entonces que el congreso hizo lo que en estos pagos el nuestro, no es capaz de hacer: “ponerle el cascabel al gato”.
Cuando las cosas ocurren de a poco, un cachito todos los días, no nos damos cuenta. Finalmente es tarde. Es el ejemplo de la rana sumergida en el agua fría a la cual se la va calentando muy paulatinamente, termina cocinada; en cambio si la arrojamos en agua caliente “de una” salta y escapa.
Me hago tantas preguntas porque todo esto, solo me parece, no estoy seguro de nada, más aún cuando hoy en día vemos una prosperidad relativa en todo el interior, comparada con la quietud económica de una década atrás, pero no se me escapan estos “pequeños detalles”.
Quiero creer que somos un poco más perceptivos que la rana…. ¿O no?