El 2025 puede ser el año en el que la Unión Europea (UE) desvincule la aplicación de las nuevas técnicas genómicas (NTG) para el desarrollo de semillas agrícolas de la normativa que regula los alimentos transgénicos, un cambio que rechaza la producción ecológica y apoya la agricultura convencional.
La pasada semana, 200 organizaciones europeas ambientalistas y del sector de la agricultura ecológica difundían un manifiesto conjunto en contra de esa “desregulación” de las NTG de la normativa de organismos modificados genéticamente (OMG) de 2001 de la que ahora dependen.
Por su parte, El ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, participando del VI Semana de la Sostenibilidad para el Futuro, en Bruselas señaló su confianza en que la Unión Europea alcance en 2025 un acuerdo sobre las nuevas técnicas genómicas (NGT, por sus siglas en inglés), “un instrumento excelente para hacer frente a los efectos del cambio climático en la agricultura”.
Las NTG son técnicas reproductivas de precisión (mutagénesis dirigida, cisgénesis e intragénesis) para, por ejemplo, mejorar el contenido nutricional de una planta o hacerla más resistente al cambio climático, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que en un dictamen dio el respaldo científico a su uso.
Las NGT se erigen en la gran esperanza de la sanidad vegetal ante el incremento de los problemas fitosanitarios y la disminución de las herramientas disponibles. Sin embargo, la Comisión Europea, la Eurocámara y el Consejo de la Unión Europea todavía no han conseguido sacar adelante el reglamento que debe facilitar el uso de técnicas de edición genética como la mutagénesis dirigida y la cisgénesis, cruciales para poder desarrollar variedades más resistentes a estreses abióticos, como la sequía o las altas temperaturas, y a las plagas y enfermedades.
El ministro recalcó que el sector agrícola es uno de los más afectados por las consecuencias del cambio climático, lo que exige medidas de adaptación y mitigación, y destacó la importancia de “impulsar la investigación y la innovación tecnológica para desarrollar sistemas de producción más resilientes y sostenibles”, así como promover inversiones en regadíos modernos y sostenibles en el área mediterránea. “Resulta fundamental hacer un buen uso del agua, mediante modernos sistemas de regadío de precisión, además de utilizar fuentes hídricas alternativas como las aguas no convencionales”, aseguró.
El principio de precaución
En tanto, según los ecologistas, entre los que se encuentra Ecovalia han indicado a Efeagro que “existe una modificación genética que implica que no son exactamente iguales a los que se desarrollan de forma natural“, por lo que defiende que en su etiquetado, desde la semilla hasta que el alimento llegue al consumidor, conste que es un producto NTG. Así lo manifestó la directora de Internacional de Ecovalia, Évelyne Alcázar, quien agrego que ha advertido de "la posible contaminación por polinización cruzada de un cultivo ecológico de otro cercano con semillas tratadas con esta nuevas técnicas, lo que “vulneraría los derechos de los productores ecológicos a producir libres de NTG”.
A su juicio, es “una tecnología que no está suficientemente probada” y ya hay literatura científica sobre cultivos comerciales editados con Crispr-Cas9 que han sufrido mutaciones no deseadas o que han generado problemas en el crecimiento, sabor o calidad del fruto o un aumento de su resistencia a antibióticos, con “pérdidas económicas graves para los agricultores“.
Una demanda histórica de los obtentores de semillas
La directora de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (Anove), Elena Sáenz, ha recordado a Efeagro que ya hay 25 países con una regulación específica para el uso de las NTG.
Sobre la propuesta de Bruselas, ha destacado que las plantas editadas con NTG de la categoría 1 serían equivalentes a las obtenidas con la mejora convencional, pero en menos tiempo, y que su impulso podría tener “un impacto importante” en España para el desarrollo, por ejemplo, de cítricos resistentes al “greening”.
Ahora, poner en el mercado una nueva variedad vegetal le supone a una empresa de obtención de semillas entre diez y 12 años de trabajo y una inversión de entre hasta 1,5 millones de euros, ha precisado.