Con mucha frecuencia se oye decir a personas que habían empezado con todo entusiasmo la cría de gallinas, que a pesar de todas las apariencias del negocio, que en efecto son de las más halagüeñas, el resultado real y práctico es poco menos que desastroso.
Con la misma precisa con que empezaron, algunas veces en grande escala, la explotación de un gallinero, abandonan la empresa, maldiciendo de ella por los desengaños experimentados y las pérdidas sufridas. Salen de esta empresa con la convicción de que es una ilusión creer que la cría de gallinas puede servir de sustento a una familia y dar resultados constantes y siquiera aproximativos de los que las revistas especiales y la teoría indican como seguros. Cuentan de las dificultades, enfermedades y contratiempos ocasionados por la humedad, por el calor, por los alimentos y de los disgustos y maltratos, procedentes del cuido de las aves y de la venta de sus productos.
Para coronar la obra, han venido tal vez el cólera y la difteria, que en pocos días han hecho desaparecer hasta el capital invertido en la empresa.
Sin embargo, no es menos cierto que algunas personas no solamente viven del producto exclusivo de un gallinero, sino que prosperan varias, haciéndose una regular fortuna.
¿Cuales serán los secretos de estos afortunados y por otro lado las causas de los tan frecuentes fracasos de los demás?
La contestación es sencilla. Cualquier negocio es malo, por ventajoso que sea en sí, si se emprende sin experiencias, si se explota sin atención esmerada, si en él no se invierte el capital necesario.
La explotación avícola es en la opinión general, como la explotación agrícola, una cosa sencillísima, que cualquiera puede hacer bien y en que la suerte y la naturaleza juegan un papel mucho más importante que los conocimientos y la ciencia.
Abundan entre los que han emprendido en esta cría, personas que estiman que el primer sencillo campesino que ha sido criado entre gallinas en la finquita de su padre; sabe mucho más sobre este asunto, que los expertos en la materia. Al
primero lo llamarán un práctico y seguirán su modo de comprender y de hacer las cosas; el segundo es un teorizante, que quiere revolucionar las costumbres antiguas más sagradas y al cual deben los hombres sensatos cerrar la puerta y dejar solo con sus ilusiones.
Y sin embargo, la tierra se mueve, contestaba Galileo a los incrédulos de su tiempo; y sin embargo, dice el experto de nuestros días, el secreto del éxito en avicultura, es en la observación de las reglas científicas que rigen esta cría. El que no está convencido de esta verdad fundamental, mejor haría no criar gallinas por negocio, y mucho menos en grande escala.
Cuando se trata de sacar utilidades seguras y regulares de un gallinero en grande escala, se debe en primer lugar escoger un lugar conveniente, sano, bien situado,
con aireación y con luz abundante: con abrigos y habitaciones para el día y para la noche, del todo perfectos.
En segundo lugar debe consagrar a la cría cuidados constantes y metódicos. Después debe observar en todo y con el rigor más grande, todas las prescripciones higiénicas, conocer y tener a la mano todos los remedios preventivos y curativos de eficacia comprobada. Finalmente debe proporcionar a sus aves, con cálculo, con método y proporción conveniente los alimentos adecuados y tener a su disposición agua pura en abundancia.
Reunir un rebaño de aves en un lugar cualquiera, echarle maíz a puños, dejarlo abandonado vagar a la buena ventura y esperar buenos resultados es el colmo de la sencillez.
Publicado en: BOLETIN DE FOMENTO. Órgano del Ministerio de Fomento. Año II. Número 8. 1912. San José, Costa Rica. Imprenta Alcina.