Como en la mayor parte de las industrias, el desafío de la avicultura sea en producción de carne o huevo, consiste en obtener el mayor beneficio en el menor tiempo posible. Ello implica la optimización de las variables de trabajo, considerando las características fisiológicas del ave, así como las condiciones ambientales, la bebida y el alimento. Siendo este último el de mayor peso desde lo económico (representando entre el 65% al 70% de los costos de producción) resulta esencial maximizar la eficiencia de este factor, es por ello que la integridad intestinal, es decir el eficiente funcionamiento de la “maquinaria” para un aprovechamiento eficiente del alimento, debe ser alcanzado en el menor tiempo posible y mantenido hasta el final del ciclo, obteniendo así el máximo potencial genético de las aves.
El alimento a su vez, se convierte en el primer elemento que expone a las aves a una amplia variedad de desafíos, generándose la respuesta a ellos desde el aparato digestivo, que, con el ajuste de su funcionamiento, puede desde dirigir energía que debería ir destinada a generación de músculos o producción de huevos, a la función defensiva, o bien generándose cambios en la microbiota del intestino. Un tracto digestivo saludable, con su población microbiana asociada balanceada, adecuadas secreciones enzimáticas digestivas y óptima capacidad de absorción de nutrientes, son esenciales para obtener un buen desempeño acorde con el potencial genético del pollo.
En los sistemas productivos modernos, se destaca el problema de la digestibilidad de los alimentos, que como mencionado, debe realizarse en tiempos muy reducidos, conllevando a una pobre utilización de las proteínas y otros nutrientes, un exceso de nutrientes no digeridos en el intestino y como consecuencia, el riesgo de desbalances bacterianos, los cuales eran hasta ahora corregidos con antibicrobianos, cuyo empleo comienza a ser restringido por los distintos organismos de control. Existen otros múltiples factores por los que la integridad intestinal específica del epitelio intestinal puede ser dañada, sea por la presencia (en el alimento o el ambiente) de virus, bacterias, hongos, parásitos y/o toxinas. Estas afecciones pueden provocar diversas reacciones en el tracto gastrointestinal como degradación de la mucosa y células epiteliales, interrupción del suministro vascular o activación de una respuesta inmune, con el gasto energético asociado. Si bien las células del epitelio están en constante renovación, la pérdida de la integridad intestinal, dada por estos factores o la proliferación de una microbiota inadecuada, tienen un impacto negativo en varios aspectos como ser el detrimento de la conversión, de los parámetros productivos en general, mala pigmentación y preocupación por la seguridad alimentaria.
En el futuro inmediato, la situación será un poco más compleja aún, ya que los componentes de alta calidad serán menos disponibles para la alimentación animal, siendo prioritario su uso en humanos. Así, los profesionales del sector deberemos redoblar el esfuerzo en monitorear con mayor precisión la calidad de los alimentos y utilizar las herramientas disponibles, sea en forma preventiva o curativa, para poder corregir cualquier desbalance o riesgo en las materias primas.
A lo largo de estos ultimos años, diferentes alternativas tanto moléculas como aditivos han sido testeados para evaluar su capacidad de mantener y/o mejorar la integridad intestinal, incluyendo prebioticos, probioticos, fitoterápicos (extractos vegetales, aceites esenciales), ácidos (inorgánicos, orgánicos) y enzimas.
A la hora de evaluar estas alternativas, el primer objetivo sería el de comprender lo más posible sus mecanismos de acción, siendo el intestino un sistema complejo donde interactúan 3 factores clave para lograr un funcionamiento óptimo: microbiota, sistema inmunitario y morfología intestinal, considerando aquí también la mucosa protectora.
Los aditivos interactúan tanto con las células del epitelio y la mucosa, así como con la microbiota intestinal y potenciales patógenos que ingresen al intestino. El conocimiento de sus mecanismos de acción permite combinarlos estratégicamente para lograr un efecto complementario y en muchos casos, sinérgico.