La producción de soya en Colombia, al igual que en el caso del maíz amarillo (en blanco no lo es tanto), es deficitaria con relación a las importantes necesidades de consumo, no solo para la alimentación animal, sino aquella con destino al consumo humano, particularmente, el mercado de aceites.
A pesar de ello, la producción de la oleaginosa se multiplicado por 3 entre 2010 y 2024 (estimada) al pasar de 65,1 mil toneladas en 31.663 hectáreas a 203 mil en 87.518 hectáreas.
Las cifras muestran un importante repunte en la producción y las áreas en los últimos 2 años, particularmente en 2023 cuando se registraron las siembras más altas del siglo. Para 2024 se esperan un poco menos de siembras, pero mayor producción por cuenta de los incrementos en la productividad gracias a los desarrollos agronómicos, principalmente en la altillanura.
La productividad, si bien ha sido oscilante, ha tenido una tendencia creciente y está demostrando que Colombia, particularmente la altillanura, tiene un potencial interesante para crecer competitivamente, pues para la cosecha del primer semestre de 2024 se han tenido lotes de producción con productividades similares a las de Estados Unidos y Brasil, las cuales se ubican en 3,4 toneladas por hectárea.
La producción de soya de la altillanura ha permitido cambiar el balance del consumo aparente de la oleaginosa en Colombia y ha contribuido a la disminución de las importaciones de fríjol desde 2018, cuando se compraron cerca de 650.500 toneladas a las 460.000 con las que podrían cerrar las importaciones en 2024. Ello podría significar una reducción del 29,4% en las compras externas para este año.
Precisamente, el comportamiento de la producción y las importaciones desde 2018 ha permitido que el consumo aparente de fríjol soya haya venido reduciendo su dependencia a las compras externas desde un 91,3%, hasta un 69,4% para el 2024, si la producción llega a los niveles esperados.
Con ello, la autosuficiencia pasaría de un 8,7% en 2018, la más baja en 15 años, a 30,6% en 2024 la más alta en el mismo período de tiempo. La gráfica de abajo da cuenta de una reducción en el consumo aparente de fríjol soya desde el pico de 2019, cuando se consumieron 713.000 toneladas, hasta 662.000 en 2024 lo que significaría una caída de 7.0%.
Al analizar el consumo aparente con la torta de soya y el aceite incluidos, se puede apreciar que las necesidades de fríjol soya en Colombia serían considerables, particularmente por la demanda de torta para la industria de alimentos balanceados y la de aceite refinado para la industria alimenticia.
Como se aprecia en la gráfica de abajo, al incluir las importaciones de aceite y de torta de soya, en su equivalente en frijol, la demanda de Colombia por el producto importado subiría a 4,2 millones de toneladas para 2024, donde el aceite y la torta estarían explicando el 89% del total de las compras externas y el 85% del consumo aparente para el año en curso.
De esta manera, en la medida en que exista el diferencial de precios entre el frijol y la torta, sumado a una producción creciente de la oleaginosa en el país, es probable que la sustitución de importaciones de soya crezca con el tiempo, pero muy posiblemente limitada al grano. Por ello, mientras no exista mayor capacidad de transformación, lograr reemplazar parcial o totalmente las importaciones de aceite y/o de torta será un desafío sumamente complejo de alcanzar.
Las cifras de importación de derivados de la soya muestran que tanto las importaciones de aceite como de torta registran un descenso entre 2022 y 2023, para llegar a 1,4 millones de toneladas para el caso del primero y 2,1 millones para el segundo. La tendencia de las importaciones hasta junio de 2024 permite estimar que las compras externas de aceite podrían subir 19%, pero manteniéndose aún por debajo de los niveles que se registraron durante el año de la pandemia.
Para el caso de la torta se estima una ligera disminución para 2024, lo que completaría dos años consecutivos de descenso. A pesar de esta situación el consumo aparente total subiría a 4,4 millones de toneladas, una cifra similar al consumo de 2018, pero 5% inferior al pico de consumo que se presentó en 2020 cuando se registraron las mayores importaciones de soya y derivados en los últimos 10 años con 4,5 millones de toneladas.
Es bueno anotar, además, que la torta es más barata que el fríjol, pues esta es un subproducto resultante del proceso de extracción de aceite. Así las cosas, en el mediano plazo mientras no exista en Colombia una mayor capacidad para el procesamiento del fríjol, las importaciones de torta y aceite seguirán impactando el consumo aparente total de soya en del país y la estrategia de sustitución de importaciones.
Las cifras de la Encuesta Anual Manufacturera del DANE ponen de manifiesto la escasa capacidad de producción de la industria nacional, pues las cifras muestran que para al año 2022 se registraron 184.000 toneladas de producción de aceite y 32.000 toneladas de torta.
Y si bien estas cifras proveen un indicador de producción, también reflejan una baja capacidad de transformación, pues de lo contrario las cifras de importación no serían tan elevadas. En el mismo sentido, podrían estar reflejando, no solo esa baja transformación, sino que el valor agregado de la industria de aceites no sería de consideración, pues todo parece indicar que el proceso industrial podría estar más enfocado a la maquila y la mezcla a partir de aceites importados.
De todas formas, ello no descarta que parte del frijol soya importado se involucre en algún proceso de transformación para la producción de aceites o de otro producto con destino al consumo humano, pues de acuerdo con información de la ANDI para 2023, toda la soya producida localmente se destina a la producción de alimento balanceado para animales.
De esta manera, se podría aspirar a que Colombia estuviera, en el corto plazo, en capacidad de incrementar su producción hasta unas 600-700 mil toneladas de fríjol soya que es el rango en el que se ha movido el consumo de la oleaginosa desde el 2018. Con ello en mente, el aumento de la autosuficiencia total llegaría al 15% con las cifras estimadas para 2024, mientras que la sustitución de importaciones de fríjol seria del 100%.
Las cifras de la FAO-OCDE muestran que el consumo de fríjol soya podría llegar 859 mil toneladas en el 2033, con unas importaciones atendiendo el 90% de la demanda y un mercado que crecería el 1,7% anual entre 2023 y 2033. Un crecimiento que no respondería al comportamiento de la demanda histórica del país la cual había registrado un crecimiento promedio anual de 4,3% entre 2013 y 2023.
Pero más allá de lo anterior, las posibilidades de expandir la producción de soya, acompañada de la expansión en el cultivo de maíz permitiría avanzar en la sustitución de importaciones. En el caso del maíz Colombia tendrá una demanda importante del cereal, acompasada por el mayor consumo de proteínas.
Este crecimiento solamente se podrá dar en la medida en que las áreas de soya crezcan y la rotación se haga con maíz y la región de Colombia para hacerlo es la altillanura, gracias a la consolidación de la agricultura empresarial. La altillanura ha demostrado además que el crecimiento de las áreas de siembra ha permitido jalonar la producción de maíz amarillo tecnificado y de soya.
En el caso particular de la soya, el crecimiento de las áreas a partir de 2018 ha resultado en una mayor producción a nivel nacional, convirtiendo a la altillanura en la principal región productora del país. Con ello, las importaciones de fríjol han venido disminuyendo en una respuesta positiva por parte de la industria de alimentos balanceados, que comprometidos con la producción nacional han disminuido sus importaciones para absorber la producción de la altillanura y otras zonas de Colombia.
La correlación entre las importaciones de frijol soya y la producción de soya en la Altillanura durante el período de 2018 a 2024 es aproximadamente de -0.71. Esta correlación negativa indica que, en general, a medida que aumenta la producción de soya en la Altillanura, las importaciones tienden a disminuir, y viceversa. Este comportamiento es consistente con la lógica económica donde una mayor producción interna puede reducir la dependencia del mercado exterior.
Analizando las cifras, se observa una clara tendencia al alza en la producción de soya en la Altillanura, que pasa de 48.750 toneladas en 2018 a una producción superior a las 198.000 toneladas en 2024, cifra que significaría un nuevo pico de producción. En contraste, las importaciones de frijol soya muestran una tendencia a la baja, comenzando en 650.473 toneladas en 2018 y disminuyendo a 459.426 toneladas en 2024. Esta dinámica confirma lo dicho anteriormente en el sentido de que el incremento en la producción local ha permitido una cierta sustitución de importaciones, lo que resulta del aumento de áreas de siembra y de las mejoras en la productividad.
Sin embargo, la correlación negativa también confirma que, aunque la producción interna ha aumentado, todavía existe una dependencia significativa de las importaciones, confirmando que la demanda interna supera la capacidad de producción local y que ésta no cubre ciertos segmentos del mercado, como puede ser el mercado de aceites refinados para consumo humano, como se mencionó anteriormente.
En cualquier caso, la tendencia resalta la importancia de continuar fortaleciendo la producción doméstica para reducir aún más la dependencia de importaciones y asegurar una mayor autosuficiencia en soya en Colombia.
La gráfica de abajo muestra como las áreas de siembra y de producción del país han crecido a la par con los registros de siembra y producción de la altillanura. Mientras en 2010, la altillanura explicaba el 52,3% de las áreas sembradas y el 53,3% de la producción nacional, para 2024, las estimaciones muestran que dichas participaciones pasarán a 86,3% y 83,7%, respectivamente.
Las siembras de soya en la región de la Altillanura han mostrado un crecimiento significativo en los últimos años, lo que ha impulsado positivamente la producción de esta oleaginosa en Colombia. Desde 2018, la superficie cultivada en esta región ha aumentado de manera constante, reflejando un compromiso creciente por parte de los productores con la expansión del cultivo de soya. Este incremento ha sido posible gracias a factores como la mejora en las prácticas agrícolas, la adopción de nuevas tecnologías y el fortalecimiento de las cadenas de suministro locales.
La expansión de las siembras en la Altillanura no solo ha incrementado la producción total de soya en Colombia, sino que también ha generado nuevas oportunidades económicas en esta región, impulsando el desarrollo rural y fortaleciendo la industria agrícola nacional. La evolución positiva de las siembras en la Altillanura subraya el potencial de esta región como un motor clave para la producción de oleaginosas en el país.
Ello confirma el compromiso del sector agroempresarial, en cabeza de la iniciativa soya-maíz, para generar un panorama de expansión de las siembras de soya en la Altillanura sumamente prometedor, con una proyección que indica un crecimiento robusto en las áreas sembradas hasta 2029. Para ese año, se espera que la superficie total sembrada alcance las 195,518 hectáreas, lo que representa un aumento significativo respecto a las 79,539 hectáreas estimadas para 2024. Este crecimiento no es uniforme, sino que refleja un fuerte impulso por parte de varios actores clave en la región.
El crecimiento promedio anual de las áreas sembradas se estima en un 21.12% durante este período, lo que refleja la confianza y el compromiso de estos actores con la producción de soya en la región. En total, se proyecta que se sembrarán aproximadamente más de 147.500 hectáreas anuales en promedio entre 2025 y 2029, una cifra que duplica las áreas estimadas de siembra para 2024.
Planteando 6 escenarios de productividad para la expansión de áreas de siembra de soya en la Altillanura se muestran diferentes posibles resultados en términos de producción total para el año 2029. Según la productividad esperada por hectárea, la producción de soya podría variar entre 439.916 toneladas en un escenario de baja productividad (2.25 T/Ha) hasta 684.313 toneladas en el escenario más optimista (3.50 T/Ha).
En términos de autosuficiencia, estos incrementos en la producción tendrían un efecto positivo en la reducción de la dependencia de importaciones. Partiendo de una autosuficiencia actual estimada en un 30%, los distintos escenarios[1] muestran que, en el mejor de los escenarios de productividad, la producción podría llegar a 660.00 toneladas en 2029 en poco más de 195.000 hectáreas.
Ello implicaría un incremento de la producción frente al estimado de actual de la altillanura para 2024 del 288%, con lo cual la autosuficiencia pasaría del 30% ya mencionado al 79% en 2029, utilizando como fuente de información para el consumo de ese año las proyecciones de la FAO-OCDE.
En el escenario de productividad menos optimista, los niveles de autosuficiencia llegarían a 55% para el año 2029, con una producción que se incrementaría en un 172% para llegar a 464 mil toneladas. En el escenario medio de productividad, la autosuficiencia cubriría dos tercios del consumo con una producción equivalente a 562 mil toneladas.
Este aumento sostenido no solo contribuirá a la autosuficiencia en la producción de soya, reduciendo la dependencia de importaciones, sino que también potenciará el desarrollo económico y social en la Altillanura, consolidándola como un pilar clave en la agroindustria nacional.