Es una imposición de la actividad hípica cotidiana, que el herrador posea la suficiente idoneidad ya sea ejerciendo su profesión en forma independiente o para constituirse en colaborador imprescindible del médico veterinario con quien puede conformar un conveniente y beneficioso ensamble técnico -binomio-, actuando de manera similar a lo que en medicina humana conforman el mecánico dental con el odontólogo o el técnico óptico con el oftalmólogo o el técnico ortopedista con el traumatólogo; ello no está ocurriendo desde hace mucho tiempo y de la manera deseada, con la mayoría de los herradores en actividad, y tiene como causa esencial, la falta de formación académica del herrador. Cuantitativamente, las escuelas existentes son pocas y se mantiene la desproporción entre quienes hacen cursos y la población equina actual.
Se dispone entonces, a nivel nacional de una excelente y variada actividad hípica en las distintas disciplinas, la que se acompaña de un reconocido y jerarquizado cuerpo de médicos veterinarios dedicados a la misma, pero faltando, sin embargo, igual correlación en cuanto al nivel en general del servicio de herradores, pieza fundamental de esta tríada primaria. Poseer tal formación, asegura además de un ejercicio profesional cercano a lo ideal, la correcta interpretación y ejecución de las prescripciones que el médico veterinario realice sobre herrados normales, correctivos o terapéuticos; (otras veces, el colaborador es el veterinario cuando el herrador se encuentra con obstáculos propios de la actividad de aquel y debe solicitar su apoyo o asistencia). En definitiva, es el caballo el depositario del esfuerzo y los conocimientos de ambos.
En contraposición a lo que ocurre con otras disciplinas o profesiones, no podría decirse del herrado, ”que los tiempos modernos, exigen una particular formación, etc, etc...”; la exigencia del conocimiento del pie desde lo científico (histología, anatomía, fisiología, biomecánica, etc), existió y existirá siempre; son pilares de los que no se puede prescindir; ha sido la profesión en sí misma la que ha estado expuesta a través de la historia, a ciclos de crisis y auge en distintos países según el grado de desarrollo de éstos o las situaciones por las que éstos atraviesan y quizá ello haya influido en mayores o menores exigencias desde lo económico afectando el nivel técnico, pero ello no implica por ejemplo, que la importancia funcional del balance del pie o la normalidad de las proporciones del casco, por citar sólo dos, sean más importante hoy que en 1890.
En todo caso, cierto es que los tiempos modernos, han aportado y aportan tecnología para mejores investigaciones, (circulación sanguínea, física aplicada al pie; comportamiento metabólico celular; revisión de conceptos y teorías centenarias, etc) pero los cimientos, son básicamente los mismos y precisamente los que le faltan al herrador no profesional, y sin los cuales al actuar empíricamente, da mérito y vigencia total por una parte, a la antigua expresión “el herrador hace lo que sabe, pero no sabe lo que hace, y por otra a que el herrar, no sea ni ciencia ni arte, cuando demostrado y aceptado está, debe ser Ciencia y Arte.Sobre esa falta de conocimientos de base, es imposible edificar el resto de lo que conforma un herrador profesional, viéndonos obligados a dejar el caballo en manos de quien sólo cubre exigencias entonces, como mero “colocador de herraduras”.
Tiene entonces el herrador, la gran responsabilidad de conocer su oficio (lo cual no implica solamente destreza o habilidad con las herramientas, aspecto por el cual muchas veces el común de la gente suele valorarlo), a tal punto de cubrir el requisito mínimo de poder “hablar un mismo idioma” con el médico veterinario, para lograr trabajar con solvencia técnica frente a cada caso, fundamentando con asidero, las diferencias de enfoque técnico o análisis de los distintos defectos, marchas defectuosas, etc y las correspondientes alternativas de solución (donde además, puede jugar un gran papel el ingenio, sin apartarse de los principios físicos o biomecánicos rectores de la Podología Equina).
Hablar un mismo idioma, significa utilizar el mismo vocabulario técnico y poseer igualdad de conceptos y principios (no necesariamente de criterios) en los distintos temas; de lo contrario será imposible la interacción, conformen o no un equipo de trabajo.
Cuando no se cuenta (como en la mayoría de los casos) con un herrador auxiliar permanente y profesional, con el que se trabaja “en equipo”, la situación es distinta por cuanto aquí, es posible que el médico veterinario - especialista en podología o no - deba dirigir a un herrador circunstancial, (lo cual ocurre en muchísimos lugares de nuestro vasto territorio), proceder éste que es conveniente, quede aclarado, con el propietario o encargado del animal antes de iniciar el trabajo, a efectos de evitar situaciones incómodas derivadas por ejemplo, de las características personales del herrador o de las posibles reacciones del mismo, quien debe entender que en ese momento, él tiene la responsabilidad de ejecución de lo que el médico veterinario indique, para lo cual éste a su vez, debe asumir total responsabilidad en el resultado del trabajo.
No es raro encontrar algún herrador circunstancial al que le resulta difícil someterse a la dirección de un tercero -el médico veterinario concretamente- al que además, ni siquiera conoce. Téngase en cuenta que, muchas veces y en muchos lugares como se dijo antes, para ese herrador no profesional, la incursión de un médico veterinario en el herrado, (en “sus herrados”) puede representar una “invasión de territorio”, a partir de la cual, con seguridad quedarán al descubierto las consecuencias de su mala técnica lo que en la gran mayoría de los casos, se debe a falta de formación académica con lo que su “prestigio local” como herrador y quizás su caudal de trabajo –y por ende sus ingresos-, se vean comprometidos. Pero esto no debe tornarse en un lucha de personalidades o voluntades; sólo debe ser tenido en cuenta para hacer el trabajo de la mejor manera posible.
Como contrapartida, encontramos también –afortunadamente-, muchos herradores no profesionales, que conscientes de sus limitaciones técnicas y con deseos manifiestos de aprender, se desempeñan como excelentes colaboradores del médico veterinario que puede dirigirlo “sin problemas”, siendo permeables a sugerencias o correcciones; pero aún así, en estos casos, resulta muy difícil muchas veces hacer docencia dado que al no existir el mínimo de formación técnica, es prácticamente imposible transmitir concepto alguno; se desconocen incluso, las partes del casco.... y por supuesto está ausente todo conocimiento de forjado de herraduras, por lo que es imposible pensar en elaborar una herradura correctiva por sencillo que sea su diseño. Téngase en cuenta también que no pocas veces, estamos ante formación de escuela primaria solamente y la profesión de herrador ha sido tomada como medio de vida (a veces incluso, como segundo trabajo...). Estos que pueden parecer aspectos meramente “domésticos”, son también parte del quehacer diario de quienes andamos entre cascos y herraduras, por lo tanto, no constituyen de ningún modo hechos aislados.
Cuando no se estará con el herrador al momento de herrar, es otra práctica también dejar las indicaciones por escrito; ello no es lo ideal por razones obvias, pero en ocasiones, por imposición de las circunstancias debe ser hecho así; ejemplos: cuando el médico veterinario entiende que parte del tratamiento de una patología o cuadro clínico, está en modificar aspectos del herrado, o cuando sin patología presente, se advierten pies con deformaciones que pueden y deben ser modificadas o corregidas para evitar lesiones a corto plazo (y no está presente quien hierra al animal). Este proceder encierra el riesgo de ejecución incorrecta al no estar presente el médico veterinario.
Por su parte, el propietario del equino debe saber que es sumamente riesgoso “depositar” un importante capital económico en manos de quien no es profesional; recordemos al respecto que de la salud o normalidad los pies, depende más del 50% del buen rendimiento del caballo y que del total de claudicaciones, casi el 80%, tienen relación directa con el pie y a su vez, de ese porcentaje, el 80% se debe a alteraciones del eje podofalangeano o malas prácticas de herrado; de aquí se desprende la posible incidencia negativa (daño!!) que el hombre puede causar cuando desconoce las más elementales reglas del herrado normal. (al respecto Fogliata decía en el siglo XIX que “el herrador con su pujavante,-cuchilla de entonces- puede hacer lo mismo que la guadaña de la muerte que decapita a buenos y malos...”, en franca alusión a que el desconocimiento no permite diferenciar en el desvasado las partes normales de las que no lo son). Tratando de hacer un parangón: ¿dejaría usted su vehículo de primera marca, utilitario o no, en manos de cualquier persona que practique “alineación y balanceo” sin tener los conocimientos mínimos sobre el tema? (haciendo abstracción, claro está, que esta actividad, hoy cuenta con apoyo de la computación...).
El herrador no profesional, tampoco conoce las posibles consecuencias, de la mala o ausente formación académica, con lo cual puede acumular años de práctica o ejercicio sin enterarse sobre los posibles daños causados porque además, estos daños no se evidencian de un día para el siguiente sino a mediano o largo plazo ; esta circunstancia, más el hecho de no haber tenido a su lado alguien que le señale los errores, lo inducen a creer, no sólo que ha hecho todo bien sino a jactarse, de que, como se dice comúnmente, “nunca rompió un caballo” cuando como dijimos antes, lo que ocurrió es que no se enteró!!; (¿o acaso es remota la posibilidad de que una venta importante no se realice porque -por ejemplo- las radiografías revelan signos de Enfermedad del Navicular -producto de mal herrado durante los dos últimos años...?-).
La diferencia entre el herrador profesional y el empírico, no necesariamente se traduce –como podría pensarse- en mayor caudal de trabajo y por ende mayores ingresos (dinero) a favor del primero, sobre todo cuando el segundo se desempeña en un medio donde las diferencias técnicas no pueden ser apreciadas por falta de competencia de alguien realmente idóneo. Por lo tanto, en un medio como el señalado, ¿quién está en condiciones de evaluar su trabajo, si no hay un médico veterinario con el mínimo de conocimientos como para hacerlo?.
Por otra parte, tampoco debe recaer ligeramente sobre el herrador, (como ocurre a menudo), toda disfunción o falla de rendimiento del caballo...; no todo es “problema de herraje”(*), como suele decirse; quizá una correcta exploración clínica, revele lo contrario.
De lo expuesto se desprende también, la necesidad imperiosa de que el médico veterinario, domine los aspectos básicos de la podología en general y del herrado en particular, primero como instrumentos importantes de la semiología clínica, contribuyentes a solucionar parte del problema claudicógeno (sobre todo 2do y 3er problemas de Bouley), luego para poder conformar el deseable binomio con el herrador y finalmente para valuar el trabajo de éste y orientarlo o corregirlo cuando el caso lo imponga.
A juzgar por lo que estamos viendo en estos días, respecto de escuelas y cursos, es halagüeño ver bastante gente joven que, no sólo decide incursionar en esta disciplina, sino que además, comprende que es imposible ejercer esta hermosa profesión de herrador, sin formación académica, lo cual implica una positiva tendencia al cambio, pero aún insuficiente por lo dicho en párrafos anteriores respecto a las condiciones socioeconómicas reinantes y esto vale tanto para la necesidad de crear más escuelas en distintos lugares del país, (ya que hoy contamos sólo con el esfuerzo de las Escuelas de Herradores del Hipódromo Argentino, la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires y el Ejército Argentino, que forma a su personal de herradores), como para que, en su defecto, haya una afluencia importante de aprendices hacia donde están estas únicas escuelas... Al respecto, no podemos entonces, dejar de recordar lo que el Dr. Pires expresara : “sin herradores competentes, el herrado es una aventura”; esa competencia, en términos de idoneidad, comienza por la formación académica. Y decimos comienza, dado que los valiosos aportes de un muy buen curso, deben representar para el futuro herrador profesional, sólo “la llave de la biblioteca...”, llave que no puede dejar de tener.