Inicio esta columna desde mi condición de ser Médico Veterinario, recibido en la Facultad de Ciencias Veterinarias de La Plata-UNLP (1980), y de ser hijo de padre tambero del Partido de Magdalena, en la Cuenca del Salado.
Decidí incluir esta aclaración, porque abordaré una problemática compleja que relaciona la aplicación de los principios del bienestar animal con los recursos humanos que trabajan en el quehacer agropecuario y en la faena de bovinos.
Digo compleja y agregaría delicada, porque cuando hablamos de personas, a mí en particular, me resulta dificultoso encontrar las palabras que, sin ofender, sirvan para modificar situaciones. Principalmente las que ocurren a diario en el manejo “tradicional” de los bovinos para producción de carne, tanto en el campo como en los frigoríficos.
Sería mucho mas sencillo que el cumplimiento de los principios del bienestar animal se alcanzaran con la compra solamente de elementos materiales (mangas, corrales, camiones jaulas, cajones de noqueo, insensibilizadores, etc.) que se correspondan con los estándares establecidos por los manuales, los cuales deben elaborarse con base científica y sentido común.
Pero la realidad indica claramente que resultan complementarios de un factor fundamental para que sean efectivos: el humano.
Los profesionales los primeros
El principal esfuerzo que realizamos los Médicos Veterinarios cuando estamos recién recibidos al llegar al establecimiento rural, es tratar de lograr en el menor tiempo posible la mayor similitud con el hombre de campo.
Compréndase bien, porque este análisis no pretende ser despectivo. Tiene que ver con el rol que debe tener cada uno en el lugar de trabajo.
El profesional Veterinario debe ser educador y difusor de los buenos procedimientos que van en resguardo de la seguridad de las personas y de la ética profesional relacionado a los animales. Me refiero al manejo del ganado bajo los principios del bienestar animal o referido a faena humanitaria en la Planta.
¡Cometí ese error!
Lo primero que hice al comienzo de mi carrera cuando estuve en la manga y en los corrales, fue gritar y aplicar malos tratos para “imponer respeto sobre los animales”. El objetivo era demostrar ser de “campo”.
Cuando movía a los bovinos retorciéndole la cola, les estaba dislocando las vértebras coccígeas y eso es equivalente al dolor que sentiríamos nosotros si lo hicieran sobre un dedo de nuestra mano. En las plantas de faena, la picana eléctrica cumple objetivos similares para un joven profesional.
Podría enumerar otras acciones que emulé intencionalmente del “tradicional” manejo que aplica el personal sin capacitación y entrenamiento en los principios de bienestar animal, pero como dice el refrán “para muestra basta un botón”.
Es una obviedad ampliamente demostrada que el dolor y el miedo generado por el manejo tradicional de los animales, va en detrimento de la ganancia de peso en el campo y en muchos kilos perdidos por decomiso en la Plantas.
Sabemos que los bovinos piensan en imágenes, en sonidos y en olores guardados en su memoria. Todos conocemos el ejemplo de las vacas de tambo que buscan ser ordeñadas a una determinada hora, porque saben del alivio que habrá en sus mamas llenas y además buscan entrar para comer la ración que les atrae más que el pasto.
Sé que muchos colegas que leen estas líneas coincidirán conmigo e incluso han hecho estas “cositas camperas” en su juventud de profesional. Quizás podamos justificarnos en el desconocimiento del tema desde nuestro paso por la Facultad, cuando el tema bienestar animal no estaba presente. Y es muy probable que esto tenga un alto porcentaje de razón. Será tema de debate en otra oportunidad.
Los empleados y dueños
Ahora quiero referirme al personal y a los propietarios tanto de establecimientos rurales como de frigoríficos.
Todos sabemos que el hombre de campo es conservador y el operario reacio al aprendizaje según normas. Con este término se trata de graficar su postura de no cambiar sus procedimientos que recibió como enseñanza en su juventud por su padre o patrón. Sacar el uso del perro, la picana, los gritos, los pechazos con el caballo, el uso del arreador, la picana eléctrica, etc. es casi imposible, me dicen con frecuencia.
Creo que esto es una verdad a medias y estoy seguro que se puede en la mayoría de los casos cambiar. Y vuelvo a citar el caso de la lechería. Miremos un tambo en los años 70 y veamos un tambo hoy. Un cambio positivo total en el manejo sanitario y del bienestar animal. Se educó al personal con excelentes resultados. También es cierto que hubo (y habrá) personal que tuvo que irse, porque no quiso o no pudo cambiar, pero esto ocurre en todos los órdenes de la vida.
En las plantas faenadoras de exportación la evolución siguió un camino similar.
También la realidad ante lo insuficiente que es la mano de obra en el campo y en la industria, por motivos que no me pondré a analizar, dificulta una mejor selección de personal. Pero esta esta forma de trabajar con los animales tiene un sentido ético y económico más fuerte que la citada escasez.
¿Por qué el sector de la carne que no exporta no copia el ejemplo del sector lechero?
¿Serán pocos los 14 millones de kilos que decomisan por año los Servicios de Inspección del Senasa a raíz de contusiones y machucones en las plantas faenadoras?
Las reflexiones con ironía no se deben explicar.
Hay un desafío muy importante que el sector productor de carne bovina debe iniciar cuanto antes y que involucra a todos, privados y estado.
Estoy convencido que para lograr el camino deseado, se debe transitar por las acciones de enseñar y difundir por todos los medios disponibles los principios del bienestar animal con base científica y sentido común a los cimientos del cambio: EL FACTOR HUMANO.