¿Cómo se adaptó la vaca a su ambiente?
La selección natural ha operado en los seres vivos de manera de favorecer a los que son capaces de sobrevivir en las condiciones ambientales reinantes en la zona donde habitan. En los rumiantes, la evolución los ha llevado a ser animales capaces de digerir y utilizar forrajes como alimento. De hecho, los humanos intencionalmente domesticamos estas especies que eran capaces de producir alimento de alta calidad a partir de alimento alto en fibra, que de otra manera era inútil para el hombre.
Este sistema de producción basado casi exclusivamente en forraje se practicó hasta mediados de los años 60’, momento a partir del cual se comenzó a incorporar el alimento concentrado en forma significativa en la dieta de las vacas.
¿Cómo modificó el hombre al rumiante?
La selección genética realizada por el hombre para obtener vacas de mayor producción comenzó a ser notable a partir de los años 50’. Por ejemplo, en USA se pasó de unos 2.400 kg de leche por lactancia en 1950 a 9.200 en el 2007. Este incremento no sólo se debió al progreso genético sino que hubo otras variables implicadas, como mejoras en la nutrición, los cuidados veterinarios, las condiciones de cría, infraestructura, etc.
Lo ideal es que una vaca produzca leche y terneros durante un periodo de muchos años, ya que los gastos de cría de las vaquillas se podrán distribuir a través de más kilogramos de leche. Paradójicamente, desde los años 50’ se comenzó a observar una caída marcada en el largo de la vida productiva de las vacas con el aumento de la producción por lactancia. En los 70’ se estableció que también estaba asociado a una baja en la fertilidad. A su vez, el mejoramiento genético ha dado relevancia a aumentar la precocidad productiva, de manera de alcanzar la edad y peso al primer parto antes. Esto también tiene fuertemente asociada una reducción en la longevidad productiva, además de incrementar la frecuencia en la aparición de ciclos reproductivos con complicaciones.
¿Cómo afecta el sistema de producción a la vaca?
El equilibrio logrado a través de millones de años de selección natural en lo que refiere a desempeño reproductivo y vitalidad se ha visto perjudicado. La producción de cantidades de leche extremadamente altas en un corto período requiere de una máxima densidad de nutrientes en la primera mitad del periodo de lactancia, lo que sólo puede ser logrado con un sistema altamente intensivo de alimentación. Y, de nuevo, esta dieta dista mucho de aquella a la cual la vaca se adaptó en su evolución. Si bien es verdad que los sistemas intensivos de alimentación permiten niveles sin precedentes de producción, también hay que considerar que esta alimentación trae aparejado una serie de desórdenes metabólicos que representan un obstáculo al bienestar animal y un costo económico. En estas condiciones, la mayoría de los animales son descartados por razones de salud, lo cual indica que sufrieron estrés y que su bienestar ha sido pobre. Este hecho no es menor si se considera que actualmente el bienestar animal es un tema de debate público, y condiciona en gran medida la aceptación o rechazo de ciertos productos de origen animal en algunos mercados desarrollados.
Un punto aparte a considerar: desde una perspectiva ambiental, el transporte de concentrados por cientos de kilómetros no es ecológicamente sustentable; además, la producción animal a pastoreo implica niveles altos de emisión de gases de efecto invernadero, principalmente metano.
¿Qué se podría hacer para recuperar el equilibrio?
En los sistemas de cría basados en pradera, donde las vacas son seleccionadas por alto consumo de forraje, las vacas paren una vez al año y sobreviven en el rebaño, en promedio, por cuatro o cinco lactancias.
“Mejorar la eficiencia de producción de las vacas lecheras en dietas basadas en forraje debería ser la prioridad más importante de la industria lechera, tanto por razones ecológicas, éticas, como económicas en el largo plazo”. Para lograr este propósito se debería apuntar a mejorar la habilidad de consumo de forraje de las vacas, la longevidad productiva, e implementar medidas de manejo tendientes a optimizar el aprovechamiento de la pradera como alimento base. La inclusión de las características de fertilidad y vitalidad en los objetivos de selección sería una alternativa para revertir la tendencia a la baja de los indicadores reproductivos y de longevidad.
Si bien la consecuencia de seleccionar animales con mayor capacidad de consumo de forraje iría en detrimento de las características de producción, el seguir por la vía de solamente aumentar el desempeño productivo aumentaría los efectos secundarios en fisiología, inmunología y fertilidad, dañando la salud y menoscabando el bienestar animal.
El aumento en la competencia entre humanos y animales por los productos vegetales enfatiza el rol significativo que tendrán los rumiantes en la producción animal futura. Será un gran reto para los especialistas proveer animales y pautas de manejo que conlleven a un uso óptimo de las dietas basadas en fibra de baja calidad.