En el intercambio de opiniones con colegas de la actividad privada surge, reiteradamente, el debate ligado a temas sobre los cuales repensar el rol a futuro de los profesionales en nuestro país: su propia motivación y la libertad de ejercer libremente la profesión en todo el territorio nacional.
Entiendo que el término “motivar” debe también aplicar para el caso de los veterinarios que pretenden llevar adelante -de manera ética- esta hermosa profesión, apuntando a ser considerados de un modo distinto por los clientes y evitando cualquier tipo de “maltrato” en el campo laboral.
Puntualmente en el ámbito de los honorarios profesionales es donde se debería apuntalar la valorización del veterinario, sin caer en la trampa de salir a competir únicamente por el precio.
Si bien es cierto que a esta situación suele llegarse por pedido de los propios ganaderos, deberemos evitar seguir cayendo en la trampa. No podemos perder de vista que estas acciones repercuten en nuestra ética profesional: le estamos quitando el trabajo a un colega, no por ser mejores o por plantear una situación superadora al cliente sino únicamente por reducir nuestros honorarios. “Y vos, ¿cuánto cobrarías?”, suelen preguntarnos, sin valorar muchas veces el servicio que se ofrece o los resultados que proponemos lograr. Esto se debe modificar.
Debemos motivar a las nuevas generaciones para evitar estas prácticas, en favor de un mejor posicionamiento en el rubro, propiciando salidas alternativas al círculo vicioso que genera la baja constante de precios. ¿Cuál es el límite? ¿Cómo sabemos que otro colega no terminará cobrando más barato que nosotros en el futuro? Muchas veces nos hemos encontrado discutiendo honorarios por valores irrisorios, sobre los cuales ni siquiera debería haber discusión; pero sin dudas que depende de nosotros motorizar un cambio en este sentido.
Una mirada racional
Puertas adentro, deberemos debatir los alcances laborales de nuestros servicios: en ningún lugar de la Constitución se indica que no podremos ejercer libremente la profesión en todo el país. Es más, tenemos un título de alcance nacional.
Sin embargo (y esto es sabido y conocido por todos) existen provincias que exigen a los colegas que no viven en ellas matricularse ante los consejos o colegios locales para poder ejercer. ¿Por qué lo hacen? No es para defender la profesión, se dice que es para ayudar a los veterinarios locales. En realidad es para lograr más matrículas y cobrar más sueldo. Además, no es solo matricularse, es pagar jubilación e Ingresos Brutos. O sea, si lo hacen varias provincias, tenemos que terminar trabajando para el Estado.
Al recibirnos, se nos entregó un título nacional, que nos habilita a ejercer la profesión en todo el país. Así fue durante años, hasta que a alguien se le ocurrió la idea de volver a instalar barreras.
Lo más importante es preguntarnos ¿a quienes favorecen estas restricciones?
¿A la producción ganadera y por lo tanto al país? Rotundamente, no. ¿A la profesión veterinaria? Tampoco. Ninguna traba o restricción ayuda a mejorar una profesión.
El arte del acuerdo como única salida
La competencia éticamente ejercida y de una forma libre, sana y leal, es la única garantía de mejorar una profesión. He escuchado que un argumento usado erróneamente, es el de la responsabilidad del profesional matriculado en una provincia. Qué gran equivocación, como si la responsabilidad y seriedad de un trabajo la garantice una simple matrícula. Si uno es mal profesional, lo será en cualquier lado y el castigo será tener (o no) un cierto número de clientes.
Las técnicas veterinarias son las mismas para distintas provincias, y un buen profesional, las estudió, se capacitó y se actualiza permanentemente para saber aplicarlas más allá que muchas veces solo un alambre divide un campo de otro.
¿Acaso pagan los vinos de Mendoza un arancel diferencial por ser comercializados en San Luis? ¿No puede un enfermo de Salta atenderse en Buenos Aires?
Estas situaciones nos limitan y favorecen el accionar irregular de quienes, por no perder un cliente puntual, ofrecen porcentajes de honorarios a profesionales jóvenes a cambio de su firma o aval provincial para realizar el trabajo. Es lamentable, pero pasa a diario.
Debemos avanzar en estos temas, plantearlos libremente y tomar decisiones no en favor de tal o cual institución, sino pensando siempre en el campo laboral de los veterinarios.
La Constitución Nacional avala la libertad de trabajo, y nos liberó de toda carga y regulaciones que existían. ¿Cómo puede una resolución totalmente demagógica, con fines proteccionistas y populistas, cortarnos la libertad de trabajo?
Ante la incapacidad de los colegios de prestarse al debate, propongo que sus miembros tengan la grandeza de llegar a acuerdos, y lograr que una sola matrícula resulte suficiente para poder ejercer la profesión en todo el país. Es actuar con grandeza o, de lo contrario, seguir haciéndolo con bajeza.