Tengo la impresión por no decir la certeza, aunque igual estoy totalmente equivocado, que el sector pecuario de la Unión Europea está realmente preocupado ante su realidad actual y, sobre todo, ante las perspectivas que parecen vislumbrarse a medio plazo; y tengo la sensación de que esta preocupación también puede percibirse en el ámbito de este importante sector en nuestro país, en España.
Hablando en términos económicos, en esta parte del I Mundo (y del I Mundo en general conformado por los llamados “países centrales”) el sector pecuario atraviesa una situación, que no es la misma de la que rige en el II Mundo (que comprendía a las naciones comunistas, aunque hoy este término ha desaparecido) ni el III Mundo (que comprende a los países periféricos, en vías de desarrollo y/o subdesarrollados).
En este III Mundo, que de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española (DRAE), comprende al conjunto de los países menos desarrollados social y económicamente, es donde, de acuerdo con la FAO, va a haber, en el curso de los próximos años, un incremento significativo de la demanda de proteína de origen animal.
Pero, en el ámbito de la Unión Europea, U.E. – 27 (que, entiendo, es el paradigma del I Mundo), la ganadería tradicional está sufriendo una importante serie de presiones reiterativas, desde muchos ángulos (medioambientalistas, animalistas, proteccionistas e, incluso, científicos, técnicos y políticos).
Estas presiones, que se ven reflejadas en los medios sociales de comunicación, tienen una incidencia creciente en los costes productivos de las empresas ganaderas y acaban afectando a la sociedad desde la doble vertiente emocional y económica.
El resultado que se está empezando a hacer evidente es una disminución significativa de los consumos de toda una serie de productos generados por la ganadería tradicional que, en una aún pequeña, pero creciente medida, se ven sustituidos por los productos plant based y, en un futuro a corto – medio plazo por las proteínas animales cultivadas (a las cuales, ciertamente, aún les queda un trecho por recorrer, para ser, desde todos los ángulos, realmente competitivas en los mercados).
Pero, desde hace un tiempo, las alarmas han empezado a sonar, cada vez con más fuerza en el sector pecuario de la U.E. – 27 y, desde esta ganadería tradicional, en un ejercicio, tal vez poco realista de defensa de la misma, se ocupan en desprestigiar y en descalificar, a estos alimentos alternativos mencionados a los que hay que añadir los alimentos procedentes de nuevas fuentes proteicas animales (por ejemplo, los insectos).
Y toda esta realidad me recuerda que, al poco de aparecer el tractor moderno (el primer tractor de gasolina se fabricó en EE.UU. muy a finales del siglo XIX, concretamente en el año 1892; el invento se debe al estadounidense John Froelich), muchas voces se alzaron en su contra y en favor del caballo de trabajo.
Incluso, a principios del Siglo XX, un estudio originario de la Universidad de Wageningen, en los Países Bajos, consideró, en aquel entonces y desde una perspectiva global, que el caballo de trabajo era superior al tractor.
Muy pocos años después el tractor fue arrinconando definitivamente, en la agricultura, a los animales de trabajo (caballos, mulos, asnos, bueyes, yaks, etc.).
Como tantas veces lo he manifestado, es imposible “poner puertas” a la ciencia y al desarrollo tecnológico; las mejoras y las innovaciones técnicas son imparables.
Esta realidad, estoy convencido, nos guste o no, también es aplicable, con una visión a medio plazo, tal y como lo expuse en una conferencia que dicté en la Real Sociedad Matritense Amigos del País, al desarrollo de los alimentos cultivados basados en la proteína animal (al igual que, como parece probable a medio plazo, las gafas inteligentes sustituirán a los smartphones).
Y es que así como, a lomos de las mejoras y de las innovaciones técnicas, recorre su camino hacia el futuro el Primer Mundo.