Creo sinceramente, que ningún profesional vinculado, directa o indirectamente, con el sector pecuario, en el sentido amplio del término, desconoce, en mayor o menor detalle, el hecho de que, en la Unión Europea (U.E. -27), está orquestada, desde años y desde diferentes frentes: políticos (a distintos niveles), sociales (animalistas, proteccionistas veganos, ecologistas, etc.) y profesionales (ciertos nutriólogos, médicos, veterinarios, etc.), una doble campaña contra este sector.
Por una parte, está una muy importante campaña de desprestigio de la actividad pecuaria. Se la acusa, reiterada e injustamente, nada más y nada menos, de ser la principal causante del cambio climático.
La realidad es bien distinta dado que, por una parte, las emisiones asociadas directamente a la ganadería son 2,7 veces inferiores a las del sector transporte; del orden de 1,7 veces inferiores a las industrias manufactureras y de la construcción y 2,92 veces inferiores a las industrias del sector energético.
Hablando en términos cuantitativos aproximados acerca de la actual emisión porcentual de gases efecto invernadero (GEI) en nuestro país resulta que, el transporte emite un 27 por 100; la industria cerca del 20 por 100; la generación eléctrica casi el 18 por 100; el consumo de combustibles más del 8 por 100; los procesos industriales y el uso de productos, el 8 por 100; la ganadería el 7 por 100; y los residuos, el 4 por 100.
Por otra, parte, se van poniendo en vigor, en la propia U.E. y en alguno de sus Estados miembros (EE.MM.), una serie de medidas con el objetivo de ir cercenado, técnica y/o monetariamente (como es el caso, por ejemplo, de los Países Bajos: donde destinan, con la aprobación de la U.E., 1.470 millones de euros a compensar a ganaderos por el cierre voluntario y definitivo, de sus granjas en las áreas de conservación de la naturaleza), la dimensión cuantitativa de la producción pecuaria.
Este es el caso, por ejemplo, en España (solo es un ejemplo), de las propuestas emitidas por la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS). Según publicó el paródico LA VERDAD, el pasado día 11 de diciembre, la CHS pretende bloquear (cito textualmente) la actividad pecuaria en casi toda su cuenca con el fin de frenar la contaminación por nitratos de ríos y acuíferos (será, en todo caso, un frenazo parcial, porque también concurren aquí la actividad vital humana de alta densidad (véase por ejemplo, la Manga del Mar Menor) y la actividad agrícola)
Es decir, con la batería de medidas que pretende se apliquen, la CHS hará prácticamente casi imposible el desarrollo ganadero en la Comunidad de Murcia. Y desde luego, el CHS, con esta política de “muerto el perro, muerta la rabia”, sí logrará, sin duda, al menos, insisto, parcialmente, los objetivos que persigue.
Es cierto que la CHS se fundamenta, con razón, por una parte, en la solicitud formulada a España por parte de la Comisión Europea de realizar “medidas adicionales” porque España, lamentablemente, incumple la directiva de nitratos (y, por esta razón, cierto es también, fue condenada por parte del Tribunal de Justicia de la Unión Europea) y, por otra, se basa su actuación, en las competencias que tiene oficialmente otorgadas.
Pero, hoy, en el ámbito del 1er Mundo (y por lo tanto de la U.E. – 27 y, en ella, de España) los avances técnicos que aporta la ingeniería, son muy capaces, adecuadamente implementados, de corregir el problema mencionado.
Naturalmente, ello requiere, a nivel de Estado (me sigo refiriendo aquí a España) una política ganadera integral. con una visión técnico – económica realista a corto y a medio plazo. Una visión que sea capaz de valorar adecuadamente la gran importancia logística y geo – política que posee nuestra actividad pecuaria y también su dimensión económica dentro de su modestia.
En España, en el año 2023, el sector agrario contribuyó con el 2,7 por 100 a nuestro PIB que fue, a precios del mercado, de unos 1,46 billones de euros (para este año 2024 se estima que será de 1,5 billones); el sector pecuario lo hizo aproximadamente en un 1,1 por 100.
Pero, como dice el viejo adagio, que forma parte del título de la presente nota, es más sencillo, a la hora de abordar el problema referenciado, “matar al perro”.
Y, llegados a este punto, no puedo por menos que recordar, una vez más, a nuestro querido don Quijote de la Mancha y a su frase: ¡Dios, qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!